MOZÁRABES en el origen de los reinos cristianos.

La emigración mozárabe al reino astur-leonés y la influencia de los cristianos de al-Andalus en la génesis de Castilla y del castellano.

Editorial Almuzara

Por Francisco de Borja García Duarte

MOZÁRABES en el origen de los reinos cristianos
MOZÁRABES en el origen de los reinos cristianos

Reseña

Es en los oscuros siglos de la Alta Edad Media cuando se dan las claves de la formación de lo que serán los distintos reinos peninsulares que van surgiendo en el norte después de la desaparición del reino visigodo de Toledo y la irrupción en la península de un nuevo poder que adopta el Islam como religión y el árabe como lengua.

En el siglo VIII comienza a vislumbrarse en el norte cantábrico la formación de un “reino de los cristianos” del que sabemos de su existencia y desarrollo especialmente por unas crónicas, las de Alfonso III, que fueron escritas más de un siglo y medio después de su supuesta creación.

A la historiografía le resulta “contradictorio” que estas crónicas pretendan entroncar el nuevo reino de los cristianos de Asturias con el antiguo reino visigodo de Toledo, cuando Asturias, y el norte cantábrico en general, apenas había tenido relación con el reino visigodo. Por el contenido de estas crónicas resultaría paradójico que un territorio como el de la cornisa cantábrica, habitado por unos pueblos que se habían mantenido al margen del dominio visigodo, aparecieran, justo después del derrumbe del reino visigodo, como los herederos de ese reino y los más fervientes admiradores de todo lo que había significado.

También resulta paradójico que en una zona, como la cornisa cantábrica, aparezca con tanta fuerza el nuevo “reino de los cristianos”. Es Alfonso II el Casto (791-842) el que da un importante impulso a la cristianización de estos territorios, dándose la paradoja de que en una zona apenas cristianizada hasta el siglo VIII, surge la llama de la cristianización con enorme fuerza, hasta el punto de que las crónicas se refieren al reino de Asturias, más como «reino de los cristianos» que como reino de los asturianos, e incluso, a veces, contraponiendo a “cristianos” y “asturianos”.

Otro contrasentido que vemos en las crónicas alfonsinas es que por un lado hablan de «restaurar Spania», de lamentar «la pérdida de Hispania» o de pretender «reinar sobre toda Hispania»; cuando por otro lado, dan a entender que el lugar que habitan no es Hispania, diciendo que el obispo de Samos (Lugo), que el libro de Samuel o repobladores «vienen de Spania», que el rey Silo de Asturias «tuvo paz con Spania», o que el rey asturiano “entró en Spania”.

Estos contrasentidos se entenderían mejor si se tiene en cuenta el origen foráneo del reino “de los cristianos” en Asturias. Las crónicas alfonsinas silencian la condición étnica, gótica o astur, del nuevo reino cuyos ideólogos, provenientes de al-Andalus, aglutinados en el momento de escribirse las crónicas en torno al ya consolidado rey de Asturias Alfonso III (866-910), trasladan al norte la teoría de la Spania cristiana y visigoda perdida por la invasión musulmana, que ya se difundía en Córdoba entre los cristianos más fanatizados, y se le añade la necesidad de restaurar esa Spania a través de la “reconquista”. Para tal empresa necesitaban darle legitimidad al nuevo reino cristiano entroncándolo nada menos que con la corte toledana.

Pero para nosotros todo esto se entiende, no solamente por un giro ideológico de los dirigentes del nuevo reino sino por una auténtica aculturación de los astures por los nuevos pobladores cristianos que llegan a la cornisa cantábrica durante los siglos VIII y IX, ya que hay muchos elementos, además de las propias crónicas, que pueden acreditar que el nuevo reino compuesto por los “cristianos y astures”, que se comienza a formar en Asturias en el siglo VIII y que culmina su consolidación en la época de Alfonso III, está fundamentado en características culturales, religiosas y lingüísticas ajenas a la tradición autóctona de Asturias.

De las crónicas alfonsinas y de los demás documentos de la época que nos han llegado se deduce claramente que la formación y expansión del reino astur-leonés, y dentro de él, la primitiva Castilla, surge como consecuencia de continuas repoblaciones de cristianos que llegan desde el sur. Los repobladores, mayoritariamente clérigos y sus familias, llegan al norte provenientes, sobre todo, de zonas urbanas de al-Andalus densamente pobladas como Toledo, Mérida, Córdoba y Andalucía en general, y trasladan allí todo su acervo cultural, desde la arquitectura, el arte, la música, la liturgia, el tipo de letra, el habla y su propio sistema económico de producción.

Los primeros repobladores de los que hablan las crónicas llegan a la zona cantábrica a lo largo del siglo VIII. Son cristianos que huyen de catástrofes climáticas como las grandes sequías y hambrunas, que nos reseñan algunas crónicas, y de la inestabilidad política y económica del sur. Estos primeros repobladores no están todavía arabizados, como los que llegan después, y están vinculados ideológicamente a los poderes católicos hispano-visigodos derrotados que no aceptan la sumisión y colaboración con los nuevos poderes establecidos en al-Andalus.

Esta zona (Asturias, Cantabria y parte del norte de Burgos) había sufrido a partir del siglo V una ruralización y una despoblación que les llevó a la pérdida de la poca aculturación romana a la que habían llegado en la época de la dominación de Roma. Estos nuevos pobladores se encuentran, por lo tanto, con una sociedad apenas latinizada, sin estructuras urbanas, y sin comunidades cristianas.

Los nuevos pobladores son cristianos, mayoritariamente clérigos, como reflejan los primeros documentos de los cartularios de los monasterios, que hacen “presuras” y construyen iglesias con un tipo de arquitectura ajena a la tradición de esas tierras, que llevan libros y enseres propios de una cultura urbana y que roturan la tierra plantando especies como la vid, extrañas a la tradición agrícola de sus primitivos habitantes.

Estos repobladores son capaces de crear unas nuevas estructuras administrativas en las que la religión católica, llevada allí por ellos, constituye el centro neurálgico de su ideología, instituyéndose en “Reino de los cristianos”. El nuevo reino consigue extender sus territorios más al sur, hasta el Duero, en los siglos IX y X, repoblando nuevos territorios que habían quedado casi despoblados, como nos siguen reseñando las crónicas, con “suas gentes”, es decir, los descendientes de los primeros repobladores y de los habitantes autóctonos ya aculturizados, a los que se les irían añadiendo los nuevos mozárabes que seguían llegando desde el sur.

El nacimiento y desarrollo de la Castilla condal en su primer siglo de vida es un asunto bastante oscuro para la historiografía, quedando muchos aspectos dentro de la especulación. Lo único claro es que el nombre y todo lo que significó Castilla empieza a vislumbrarse a partir del siglo VIII como consecuencia del fenómeno de la repoblación que se da en ese siglo y los tres posteriores, en la cornisa cantábrica y en la zona de la meseta hasta el Duero.

La primitiva Castilla nace vinculada al incipiente reino asturiano como una de las zonas (las Vardulias) repobladas por Alfonso I de Asturias a mediados del siglo VIII. La primera vez que aparece el nombre de Castilla en el norte de Burgos es en un documento, del año 800, que habla de repoblación, de fundación de iglesias y de roturación de tierras con la plantación, entre otros productos, de viñas; y se refiere a un pequeño territorio enmarcado en el área de esa primitiva Castilla. En ese documento ya aparecen los factores que determinan a esa Castilla primera como la consecuencia de una transposición a ese territorio de gentes provenientes de un lugar con unos elementos culturales distintos a la supuestos habitantes originarios de esas tierras conocidas hasta entonces como las Vardulias.

Según la historiografía tradicional, ese pequeño lugar del norte de Burgos, en la zona de Espinosa de los Monteros, lindando con la provincia de Santander, delimitado por los valles burgaleses de Mena, Losa y Valdegovia y al norte de la comarca de la Bureba, denominada a comienzos del siglo IX como “Castilla” es el que da nombre al Condado de Castilla, primero, y al Reino de Castilla, después. La historiografía nos dice que esa primitiva Castilla debe su nombre a los ¿numerosos? castillos de la zona, sin que haya constancia documental ni arqueológica de que en esa pequeña zona del norte de Burgos existieran, a comienzos del siglo IX, castillos. Se aduce que las crónicas musulmanas hablan de “Álava y los castillos” para referirse a la zona sin tener en cuenta que esas referencias son de un territorio mucho más amplio que la primitiva Castilla del principios del siglo IX, y se refieren ya a los condados de Álava y los otros condados que habían ido creándose al sur de la primitiva Castilla como consecuencia de las continuas repoblaciones.

Para nosotros, la aparición de esa primera Castilla, en un lugar que antes se llamaba Vardulia, territorio de un pueblo –los várdulos, de población escasa y dispersa, de habla seudovascona, poco romanizado y nada cristianizado, se da como consecuencia de la repoblación que hicieron Alfonso I y su hijo Fruela, a mediados del siglo VIII, con gentes provenientes, algunas de ellas, de otra Castilla, una gran ciudad de al-Andalus, en la vega granadina, que fue conquistada y sometida por Abderramán I en esas misma fechas.